"'¡Que viene el lobo!' Y el lobo eran ellos".
Miguel Rodríguez Muñoz
"Contra la gravedad" (KRK, 2006)
"'¡Que viene el lobo!' Y el lobo eran ellos".
"La gente se divierte viendo pasar gente".
"Un turista es un mirón descarado y preguntón, que viste de forma estrafalaria y disfruta con todo aquello que a los lugareños aburre".
"Quien busca una causa busca un consuelo. Tranquiliza saber que hay un culpable".
"El pesimismo es una forma de lucidez que se apoya en la fatalidad, y sus aciertos están cantados. La verdadera lucidez consiste en hallar, a pesar de todo, motivos para la acción".
"No es lo mismo el pensamiento débil que el pensamiento blando".
"Controlar los sentimientos constituye signo de madurez; fingirlos es pericia de los mayores".
"Converso con el hombre que siempre va conmigo, y confieso que me hastían sus batallas".
"La bondad es una cualidad por lo común atribuible a quien no se conoce muy de cerca".
"El mundo está lleno de cabrones que tienen un favorable concepto de sí mismos. Las buenas personas, en cambio, cuando hacen examen de conciencia, no lo ven tan claro".
"Nos conocemos a través de los demás, viéndonos en ellos, pues el único espejo de nuestra alma son los otros, pero eludimos identificar nuestro rostro en ese cristal para no descubrirnos más feos de lo imaginado".
"Nada más infiel que la mirada".
"Los perros se huelen el culo; las personas -mucho más tímidas- se lo miran".
"Lo que separa a la vejez de la juventud es que el miedo a la muerte se hace crónico".
"Quien tenga las ideas claras que levante la mano y hable, pero si las tiene muy claras, muy claras, casi mejor que no diga nada".
"La manoseada sonrisa de un niño no deja de ser una mueca, un acto reflejo, mientras que la de un anciano constituye un heroico acto de resistencia".
"Quien confía en la fuerza de sus puños acaba resolviendo los líos a puñetazos".
"El abuso de los adverbios terminados en 'mente' es la exhibición de músculo de los oradores malos".
"Hay discursos políticos que no se dirigen a la cabeza o al corazón de la gente, sino a los bajos fondos, como si la conciencia ciudadana residiese en los intestinos y la opinión pública no fuera otra cosa que un vasto y clamoroso rugir de tripas".
"Lo sustancial de una bandera no son los colores del trapo, sino el mástil que la enarbola. La tela sirve para hacer un uniforme y el palo para ver quién manda".
"Cada vez que le mudan los pañales al 'ser' de España, aunque sólo sea para quitarle la mierda, la criatura coge un berrinche terrible".
"El recurso dialéctico más habitual en el debate político es la metonimia, o sea, la designación del todo por la parte, tomando a la ciudadanía por mema".
"Con lo bellas que son de jóvenes, ¡qué mal envejecen las revoluciones!".
"La democracia realmente existente consiste en elecciones cada varios años y televisión todos los días. Más que una democracia de ciudadanos, es una democracia de mirones".
"La ventaja del capitalismo frente a otros sistemas basados en principios de justicia es que funciona sin necesidad de que la gente le profese ninguna simpatía".
"Si la guerra es la solución, ¿cuál era el problema?".
"El poder es una cosa que sirve para golpear la cabeza del prójimo, sin que el prójimo pueda rechistar".
"No se discute por hallar luz, sino por ver quién tiene razón; no se busca el conocimiento, sino ganar el pulso; no se ambiciona la verdad, sino el poder".
"No es posible cambiar la realidad social sin implicarse en ella, pero el compromiso con la realidad entorpece los cambios profundos".
"De todas las leyes, la más recalcitrante, tediosa y reaccionaria es la ley de la gravedad".
"Dar la razón a la realidad es una manera eufemística de dar la razón al más fuerte".
"La única sabiduría que he alcanzado es la de dudar de la ideología y de los argumentos de los demás".
"Los libros son unos invasores implacables. Como quien no quiere la cosa, con una paciencia infinita y cada día más numerosos, se apoderan del lugar. Pronto desbordan las estanterías que les han sido asignadas. Al igual que las multitudes de caracoles en las novelas de Patricia Highsmith, escalan las paredes, suben hasta el techo, se instalan sobre las chimeneas, las mesas, los aparadores, se aferran a los rincones, penetran en los armarios, las cómodas y los baúles y, cuando permanecen en el suelo, proliferan sobre la moqueta o sobre las baldosas en pilas inestables y arrogantes.
A los libros no les está vedada ninguna habitación. Ninguna les repugna. Los que no han podido acceder al salón, al despacho o al dormitorio se conforman con los lavabos, la antecocina, los pasillos, o incluso con un cubículo sombrío por el que transitan las patatas, los botes de mermelada, las botellas de vino de marca, el aspirador y los ovillos de cordel. Cohabitan con las arañas. No son alérgicos al polvo. Agrupados, apretados unos contra otros, poseen la estabilidad y la perseverancia de los menhires. Antes, los ratones los mordisqueaban. Pero, ante la proliferación de las cubiertas, casi todos han renunciado a ello. [...] La verdadera ambición de los libros es expulsar a los hombres de las bibliotecas y de sus hogares para ocupar todo su territorio para poder disfrutar de ellos en soledad y a lo grande".
"Con la aparición de las empresas transnacionales dedicadas a la producción y venta de comestibles en el mercado mundial, nuestros hábitos dietéticos se ven constreñidos por una forma de cómputo de costes y beneficios cada vez más precisa, pero también más parcial. En grado cada vez mayor, lo que es bueno para comer es lo que es bueno para vender. Además, la opulencia ha resultado tener sus propias e imprevistas limitaciones en forma de costumbres alimentarias cuyos peligros derivan no de la escasez, sino de la abundancia excesiva de alimentos. Hoy día nos hemos dado cuenta de que los mecanismos que 'encienden' el apetito humano son mucho más sensibles que los que lo 'apagan'. Este defecto genético es una invitación permanente a la industria alimentaria para que sobrealimente a sus clientes. Pero el coste en términos de obesidad y trastornos cardiovasculares ha llevado ya a una aversión cada vez más extendida hacia los alimentos de origen animal con alto contenido en grasas y colesterol".
"Una de las razones de que los occidentales saquen precipitadamente la conclusión de que los hábitos alimentarios del Tercer Mundo están dominados por la ignorancia y por creencias religiosas irracionales consiste en que los primeros no tienen que realizar las difíciles elecciones que la pobreza extrema obliga a realizar a los segundos. A los opulentos occidentales les resulta difícil comprender la estrechísima gama de posibilidades que tienen las familias de renta baja del Tercer Mundo a la hora de asignar los ingresos familiares a la adquisición de comestibles. Cuanto mayor sea la dependencia de dichos ingresos con respecto a un trabajo físico duro, mayor importancia tendrá asegurarse de que la persona que es la principal fuente de los mismos reciba los alimentos suficientes para ir al trabajo, aunque esto signifique que otros miembros de la familia apenas reciban alguno".
"No se puede enjuiciar las dietas por lo que la gente no come; lo que cuenta es lo que come".
"Muchos expertos bienintencionados no se dan cuenta de que algunos tipos de estrategia de mejora parten del supuesto de que los hábitos alimentarios están dominados por pensamientos irracionales, no por costes y beneficios prácticos. Si las costumbres dietéticas son, en esencia, resultado de la ignorancia, la religión o el simbolismo, en tal caso lo que habrá que cambiar será lo que la gente piensa. Si, por el contrario, lo que parecen nocivos pensamientos simbólicos o religiosos forman en realidad parte del conjunto de circunstancias prácticas que rodea la producción y asignación de los recursos alimentarios o está condicionado por éste, en tal caso serán dichas circunstancias prácticas lo que habrá que cambiar".
"No sólo rechazo la idea de que éste sea el mejor de los mundos posibles, sino que creo que todos tenemos la obligación de intentar convertirlo en un mundo mejor".
"Todos los ejércitos, incluidos los actuales, evitan las campañas durante las estaciones lluviosas; el terreno seco facilita los movimientos y, además, las cosechas en sazón de los campos enemigos permiten vivir de la tierra. Las cosechas constituyen también tentadores botines de guerra para transportar a casa sobre las cabezas y espaldas de los prisioneros".
"La búsqueda de la justicia es la eterna búsqueda de la felicidad humana. Es una finalidad que el hombre no puede encontrar por sí mismo, y por ello la busca en la sociedad. La justicia es la felicidad social, garantizada por el orden social".
"Los problemas, siendo existenciales, son universales; sus soluciones, siendo humanas, son diversas".
"La cultura es un gigantesco dispositivo que permite al hombre afrontar los problemas concretos que se le plantean".
"No podemos dar soluciones, pero podemos despertar las fuerzas que las encuentren".
"Durante toda mi vida di por sentado que alguien, en algún sitio, conocía la solución al problema. Pensaba que los políticos sabían lo que había que hacer, pero que se negaban a hacerlo por cuestiones políticas y por ambición. Pero ahora me doy cuenta de que nadie conoce la respuesta. Ni nosotros, ni ellos, ni nadie".
"El cambio va a obligar a los profesores a tener que aprender muchas cosas nuevas, pero sería escandaloso que los encargados de animar a nuestros alumnos a aprender tuviéramos dificultad para hacerlo".
"La finalidad esencial de la labor educativa consiste en que el educador logre introducir en el espíritu del niño las normas de una conducta moral. No se nos pide hoy niños sabios, pero se nos pedirá mañana hombres buenos".
"La práctica del canibalismo bélico constituía un subproducto habitual de la guerra preestatal; la pregunta que ha de contestarse no es qué llevaba a las sociedades estatales a practicarlo, sino qué las llevaba a no hacerlo [...].
La razón de que a tantos estudiosos les dé por poner patas arriba esta relación es que ellos mismos son miembros de sociedades estatales que han suprimido el canibalismo bélico hace miles de años y que, por lo tanto, encuentran abominable la noción de antropofagia, lo que les lleva a suponer de manera etnocéntrica que debe existir una razón poderosísima para que las personas hagan algo tan horrible como devorar carne humana. Son incapaces de comprender que el verdadero enigma es que nosotros, que vivimos en una sociedad que perfecciona constantemente el arte de producir cadáveres en masa en los campos de batalla, pensemos que a los hombres se les puede matar pero no comer".
"La carencia de rumiantes domésticos y ganado porcino significaba que, aun en el caso de que se perdonase la vida a las poblaciones conquistadas en lugar de devorarlas, no habría forma de aprovechar su fuerza de trabajo aplicándola a la tarea de aumentar la oferta de alimentos de origen animal [...]. En segundo lugar, la carencia de grandes herbívoros domésticos que pudiesen servir de animales de carga disminuía el valor del enemigo como productor de alimentos de origen vegetal. A falta de ganado vacuno o caballos, los aztecas se veían obligados a depender de porteadores humanos para transportar la cosecha desde las provincias tributarias hasta la capital. Los porteadores humanos tienen la clara desventaja de que hay que alimentarlos con una buena parte de las cosechas que transportan para poder llevar su carga. Comparados con el ganado vacuno y los equinos, que pueden subsistir con vegetales inaptos para el consumo humano, los animales de carga humanos constituyen una costosa forma de trasladar las cosechas de cereales de una región a otra. Se comprende, por consiguiente, que los aztecas prefiriesen a sus prisioneros muertos, como carne, que vivos, como siervos y esclavos".
"El tabú más fuerte es el que no admite excepciones".
"Existen tres diferencias básicas entre los estados y las sociedades del nivel de las bandas o de las aldeas: las sociedades estatales disponen, en primer lugar, de economías más productivas que permiten a sus agricultores y trabajadores producir grandes excedentes de alimentos y otros bienes; en segundo lugar, las sociedades estatales poseen sistemas políticos capaces de someter a los pueblos y territorios conquistados bajo un único gobierno; en tercer lugar, tienen una clase gobernante cuyo poder político y militar depende de la recaudación de tributos e impuestos al pueblo llano y los vasallos. Como todos los agricultores y trabajadores de una sociedad estatal pueden producir excedentes de bienes y servicios, cuanto más crece su población, más grande es la producción de excedentes, mayor la base tributaria y más poderosa su clase gobernante. Por el contrario, las sociedades del nivel de las bandas y aldeas son incapaces de producir grandes excedentes. Además, carecen de una organización política y militar capaz de unificar a los enemigos derrotados bajo un gobierno central o una clase gobernante que se beneficie de imponerles tributos. Por consiguiente, en éstas, la estrategia militar que más beneficia a los vencedores es la que consiste en matar o dispersar la población de los grupos vecinos para que disminuya la presión de la población sobre los recursos. Debido a sus bajos niveles de productividad, las sociedades del nivel de las bandas y aldeas no pueden obtener beneficios a largo plazo del aprovisionamiento de enemigos. Dado que los cautivos no pueden producir excedentes, llevar uno a casa supone sencillamente una boca más que alimentar. Sacrificarlos y devorarlos es, pues, el resultado previsible; si el cautivo no puede producir excedentes, resulta más útil como alimento que como productor de alimento. En cambio, en la mayoría de las sociedades estatales, matar y comerse a los cautivos atentaría contra los intereses de la clase gobernante de ampliar la base tributaria. Puesto que los cautivos pueden producir un excedente, da mejor resultado consumir el producto de su trabajo que la carne de sus cuerpos, especialmente si ese excedente incluye carne y leche de animales domésticos (no disponibles para la mayoría de los pueblos del nivel de las bandas o aldeas).
El abandono del canibalismo bélico tenía ventajas adicionales para los gobernantes que trataban de crear sistemas imperiales expansionistas. Al asegurar al enemigo que la rendición no le llevaría a ser objeto de inmolación y consumo, obtenían una gran ventaja psicológica. Los ejércitos que avanzaban bajo el pretexto de extender una 'civilización' superior encontraban menos resistencia que los que lo hacían bajo el estandarte del 'hemos venido a matarte y a comerte'".
"Me gustaría poder decir que los cristianos, los musulmanes, los judíos y los hindúes se habían hecho 'demasiado' civilizados para comerse los unos a los otros. Desgraciadamente, tiene tan poco sentido dar esta explicación como afirmar que nos hemos hecho 'demasiado' civilizados para comer insectos o caballos [...].
Nuestra supuesta civilización no nos ha disuadido de quemar, hacer volar por los aires y desmembrar a una cantidad sin precedentes de semejantes como medio de resolver los conflictos entre los grupos humanos. En todo caso, por lo que toca a la guerra, hemos caído más bajo que cualquiera de nuestros predecesores, puesto que antes de la era atómica nunca jamás dos enemigos planearon hacer una guerra capaz de aniquilar el mundo entero, sin distinguir entre amigos, enemigos y simples espectadores, con el fin de dirimir sus diferencias [...]. No, lamento tener que decir que, en esencia, la carne humana dejó de ser comestible por las mismas razones que los brahmanes dejaran de comer carne de vacuno y los norteamericanos no coman carne de perro: porque la relación coste-beneficio cambió; se empezó a disponer de fuentes más eficaces de alimentos de origen animal y la utilidad residual de los prisioneros de guerra aumentó, haciéndolos más valiosos vivos que muertos".
"Una de las grandes ironías de la Historia es que, a lo largo de los cinco mil últimos años, las gentes que combatieron en las batallas más sangrientas, en las que intervinieron un mayor número de combatientes y se alcanzaron los más altos niveles de destrucción, que lucharon en guerras de magnitud y crueldad tan asombrosas que un pobre caníbal no podría ni imaginar, se horrorizaban y se horrorizan aún con la sola idea de consumir los restos de un único ser humano".
"Con el desarrollo de las formas de organización política de carácter estatal, el canibalismo bélico dejó de practicarse de forma bastante brusca. Desde la Antigüedad hasta los tiempos modernos, casi todas las sociedades que se han organizado como Estado han condenado con más energía el consumo de carne humana que el de cualquier otro tipo de alimento de origen animal".
"Aunque la incorporación de los cadáveres de los enemigos a la intendencia de primera línea constituía una práctica nutritiva, no siempre era factible desde un punto de vista militar. Para que una fuerza militar victoriosa pueda acampar, recoger los cadáveres del enemigo, encender las hogueras y cocinar y celebrar una comida caníbal, ha de aplastarse al enemigo de tal forma que no exista posibilidad de contraataque. Para realizar sus comidas caníbales, los vencedores deben tener la seguridad de que el enemigo no tiene ninguna posibilidad de reagruparse o recurrir a la ayuda de sus aliados y volver al combate".
"Si consideramos la guerra como una forma de caza organizada para conseguir carne, los costes exceden con mucho los beneficios. Aunque los humanos son animales grandes, capturar unos pocos cuesta un esfuerzo enorme. Las presas están tan alerta, son tan escurridizas y se hallan tan bien informadas sobre la caza como los cazadores. Y, como especie de presa, los humanos tienen otra característica única: a diferencia de los tapires, los peces o las langostas, resultan menos atractivos como presas cuanto más excede su cuantía el número de los cazadores. Esto se debe a que los humanos son la presa más peligrosa del mundo y tienen tantas probabilidades de matar a alguno de sus perseguidores como éstos de matarlos a ellos. Con arreglo a la teoría de la caza/recolección óptima, sería raro esperar que los cazadores trataran de cobrarse una pieza humana al encontrarla. Les resultará más rentable dejarla de lado y dedicarse a las larvas de gusanos y las arañas.
Pero los que practicaban el canibalismo bélico no eran cazadores de carne humana, sino guerreros dedicados a perseguir, matar y torturar a sus congéneres como resultado de la política intergrupal. Por lo tanto, no pueden achacarse a la caza los gastos principales y riesgos contraídos en la obtención y sacrificio de víctimas destinadas a prácticas caníbales; más bien, deben achacarse a la guerra. Los tupinambas, los hurones o los iroqueses no hacían la guerra para conseguir carne humana; la conseguían como producto lateral de hacer la guerra".
"¿Cómo se proveen los antropófagos de carne humana? Básicamente, sólo existen dos maneras de conseguir un cadáver comestible: o los devoradores cazan, capturan y matan por la fuerza a los devorados, o bien obtienen pacíficamente el cuerpo de un pariente fallecido de muerte natural. La obtención pacífica y el consumo de cuerpos o partes de cuerpos constituyen un aspecto de los rituales funerarios; la obtención de cuerpos por procedimientos violentos es un aspecto de la guerra. Estas dos modalidades de producción caníbal tienen costes y beneficios totalmente diferentes y, por lo tanto, no pueden incluirse en una misma teoría explicativa".
"Los animales de compañía norteamericanos, supuestamente inútiles, resultan ser un magnífico negocio cuando se examinan más de cerca. No hacen posible la agricultura, pero hacen mucho más llevadera la vida en la sociedad urbana e industrial".
"Ni el término 'mascota' ni el de 'animal de compañía' reflejan con objetividad la capital importancia de esta función. No nos apresuraríamos tanto en definir la esencia de la condición de mascota como su inutilidad, si identificáramos a los animales de compañía contemporáneos con lo que en realidad son en su mayor parte: sustitutos de seres humanos".
"Las sociedades contemporáneas han resuelto muchos problemas relacionados con necesidades humanas tales como la vivienda, una oferta adecuada de alimentos y la prevención y curación de las enfermedades; pero han fracasado estrepitosamente en lo que atañe a proporcionar relaciones de compañía de calidad basadas en el apoyo mutuo".
"El valor de compañía que poseen las mascotas de todos los tipos aporta la clave de su popularidad cada vez mayor en las urbanizadas sociedades industriales. La compañía es un componente tan capital de su utilización que algunos cuidadores profesionales de animales han dejado de llamar mascotas a las 'mascotas' y han empezado a llamarlas, en su lugar, 'animales de compañía'".
"Supongo que sólo los que no hacen nada están libres cometer errores".
"El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios".
"El que echa a perder su despedida, poco puede esperar del reencuentro".