viernes, 26 de agosto de 2016

Todo lo que ...

"Todo lo que hoy nos parece un don envidiable -el frescor, el amor propio, la temeridad, la curiosidad y la alegría de vivir típica de la juventud- se consideraba sospechoso en aquella época, cuyo único afán e interés se centraba en lo 'sólido'.
Tan sólo desde este punto de vista tan singular se puede comprender el que el Estado haya explotado la escuela como un instrumento adecuado para su propósito de mantener su autoridad. En primer lugar, tenían que educarnos de tal manera que aprendiésemos a respetar lo establecido como algo perfecto e inamovible, infalible la opinión del maestro, indiscutible la palabra del padre, absolutas y eternamente válidas las instituciones del Estado. El segundo principio cardinal de aquella pedagogía, que también se aplicaba en el seno de la familia, establecía que los jóvenes no debían llevar una vida demasiado cómoda. Antes de poder beneficiarse de un derecho, debían tener asumido el principio del deber, sobre todo el de la obediencia total. Se nos inculcaba desde el primer momento que, como aún no habíamos hecho nada en la vida y, por lo tanto, no teníamos experiencia alguna, lejos de vernos en condiciones de pedir o exigir cosas, no podíamos sino estar agradecidos por lo que se nos concedía".
Stefan Zweig
"El mundo de ayer. Memorias de un europeo" (Acantilado, 2008)
[Or. "Die welt von gestern", 1942]

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