viernes, 11 de noviembre de 2016

La ironía, por ...

"La ironía, por divertida que resulte, cumple una función que es casi exclusivamente negativa. Es crítica y destructiva, sirve para limpiar el terreno [...]. Pero la ironía resulta singularmente poco efectiva cuando se trata de construir algo que sustituya a la hipocresía a la que desacredita [...]. La ironía fatiga. Carece de sustancia. Incluso los mejores ironistas funcionan mejor en fragmentos breves. Los ironistas me parecen tremendamente divertidos para escucharlos en una fiesta, pero siempre me separo de ellos como si me hubieran practicado varias intervenciones quirúrgicas. Y en cuanto a conducir campo a través en compañía de un ironista o leer una novela de trescientas páginas llena de nada más que sofisticado agotamiento sardónico, uno termina sintiéndose no solamente vacío, sino casi... oprimido [...].
La ironía nos tiraniza. La razón por la que nuestra ironía cultural dominante es a la vez tan poderosa y tan poco satisfactoria es que resulta imposible hacer que un ironista 'se defina'. Toda la ironía americana se basa en la afirmación implícita: "En realidad no creo en lo que estoy diciendo". Entonces, ¿'qué' pretende decir la ironía como norma cultural? ¿Que es imposible creer en lo que se dice? ¿Que tal vez sea una lástima que sea imposible, pero despierta de una vez que ya es de día? Más bien creo que lo que la ironía actual termina por decir es: "Pero mira qué 'banal' es que me preguntes por lo que pienso en realidad". Cualquiera que tenga la desfachatez herética de preguntarle a un ironista qué piensa en realidad termina pareciendo un histérico o un mojigato. Y esto es lo opresivo de la ironía institucionalizada, del rebelde victorioso: la incapacidad de inhabilitar la 'pregunta' sin importar su 'contenido' es, en la práctica, una tiranía".
David Foster Wallace
"Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer" (Mondadori, 2001)
[Or. "A supposedly fun thing I'll never do again. Essays and arguments", 1997]

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